Durante años, los antibióticos han demostrado su eficacia para combatir infecciones causadas por bacterias. Pero esta utilidad se está viendo amenazada, principalmente, por el uso indebido y excesivo de estos medicamentos. Como consecuencia, la aparición de 'superbacterias', bacterias resistentes a los antibióticos.
Según los datos que maneja la Organización Mundial de la Salud, en la actualidad estas superbacterias son responsables de 700.000 muertes al año. Pero un estudio publicado esta misma semana en la revista médica The Lancet eleva la cifra a 1,2 millones de muertes al año a causa de infecciones por bacterias resistentes a antibióticos, más que el sida, la malaria o el cáncer de pulmón, de tráquea y de bronquios.
Se estima que en 2025 muchos de los antibióticos habituales serán ineficaces frente a las superbacterias y, si no se toman medidas urgentes, la OMS prevé que las enfermedades causadas por patógenos resistentes estén detrás de 10 millones de muertes anuales en 2050. Es una pandemia silenciosa, pero real, actual y, además, acelerada por la COVID-19. "No permitamos que la crisis de COVID-19 se convierta en una catástrofe de resistencia a los antimicrobianos", advirtió la oficina europea de la OMS en febrero de 2021.
Si los antibióticos no funcionan, las infecciones no se podrán tratar, no habrá remedio contra las bacterias. Así, enfermedades que remitían sin complicaciones pasarán a ser mortales. Ante ese problema de salud pública global, los fagos o bacteriófagos, virus que infectan exclusivamente a bacterias e inofensivos para las personas, se convierten en herramientas biomédicas muy útiles en la lucha contra esos patógenos resistentes.
Justo este martes, 18 de enero, era noticia la terapia combinada de fagos y antibióticos a una ciudadana belga que se había infectado por Klebsiella neumoniae en el hospital. En esa línia, Jean-Paul Pirnay, biólogo molecular del Hospital Militar Reina Astrid de Bélgica, ha tratado con fagos a más de 100 pacientes en 12 países. Entre ellos, un hombre en el Hospital Virgen de la Macarena de Sevilla que llevaba un año con una infección causada por Pseudomonas aeruginosa.
La fagoterapia o terapia fágica será más pronto que tarde una de las principales alternativas o complementos a los antibióticos para hacer frente a bacterias resistentes. Estos virus, descubiertos hace algo más de un siglo, son las entidades biológicas más abundantes del planeta y los predadores dominantes en la biosfera. Pero encontrar y optimizar los fagos adecuados para cada paciente e infección es todavía un desafío. En ese sentido, los virus de diseño se convierten en aliados en esta lucha.
En 2019 se publicó el caso de una adolescente británica que se infectó por Mycobacterium abscessus tras una operación. Seis meses de antibióticos no dieron resultado. Se apostó entonces por una terapia con virus bacteriófagos o fagos creados ex profeso para combatir la infección.
Pero la historia de los bacteriófagos, o mejor dicho del conocimiento humano sobre los bacteriófagos, se remonta al siglo pasado. Fue en 1915 cuando el bacteriólogo Frederick Twort publicó en The Lancet el primer artículo sobre los virus que infectan bacterias, se replican en su interior y las matan, aunque él hablaba de 'agente bacteriolítico'. Dos años después, en 1917, el microbiólogo Félix Hubert d'Herelle también anunció el hallazgo de un 'microbio invisible antagónico del bacilo de la disantería'. Poco después, la terapia fágica ya se probaba con éxito contra diversas enfermedades bacterianas.
Los bacteriófagos también tienen aplicaciones en seguridad alimentaria; un tratamiento que se aplica en la etapa en la que puede surgir la contaminación microbiana. Por ejemplo, contra Listeria el tratamiento se aplicará antes del envasado. En un artículo de 2012 publicado en el contexto de un congreso internacional de seguridad alimentaria del SAFE Consortium se explica que «también se han realizado estudios para tratar pollos con fagos contra Salmonella y Campylobacter y en rumiantes, contra E. coli patogénica. Se han hecho también pruebas de descontaminación externas de piel y sus pliegues en cerdos, mediante pulverización de soluciones con bacteriófagos, antes de su sacrificio. De esta manera, se disminuye el riesgo posterior de contaminación de su carne tras minimizar la presencia de Salmonella y E. coli en estas zonas». Además, los fagos también permitirían sustituir los tradicionales tratamientos antibióticos en el control de enfermedades bacterianas en poblaciones de peces criados en piscifactorías y proteger los cultivos ante enfermedades causadas por bacterias.
Ahora bien, la relación entre bacteriófagos y alimentación también puede ser problemática. Por ejemplo, para el sector lácteo, donde los bacteriófagos pueden afectar a las bacterias responsables de la fermentación.
Y, pese al potencial de los bacteriófagos contra las superbacterias, también hay que tener en cuenta posibles inconvenientes y nuevos retos. Así, en 2011 el grupo de investigación consolidado Microbiología de Aguas Relacionada con la Salud (MARS), del Departamento de Microbiología de la Facultad de Biología de la UB, publicaba un artículo sobre el papel de los fagos en la aparición de nuevas resistencias bacterianas. Esta investigación describía que los bacteriófagos tienen incorporados genes de resistencia a antibióticos y que, por tanto, podrían ser unos vehículos excelentes de propagación de genes de resistencia bacteriana en el medioambiente. Antes, en 2003, científicos de la Universidad de Rockefeller en Nueva York publicaron un estudio que concluía que los bacteriófagos son también causantes de enfermedades, al transferir toxinas y otros genes causantes de enfermedades entre las bacterias. Habrá que tener en cuenta todos estos factores en la lucha contra las superbacterias.
Imagen de cabecera: UGR
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