Los humanos somos seres especiales. No valoraremos aquí si mejores o peores, si superiores o inferiores, pero sí que podemos confirmar que somos una especie singular. Como afirma Kevin Laland, «hoy contamos con una ingente cantidad de datos, procedentes de disciplinas que van desde la ecología hasta la psicología cognitiva, que vienen a confirmar que, en efecto, somos una especie extraordinaria». Y añade que, si «tomamos en consideración nuestra inteligencia y nuestra capacidad para comunicarnos, adquirir y compartir conocimientos (junto con nuestras magníficas obras de arte o arquitectónicas), no podemos sino concluir que el ser humano es un animal muy diferente de cualquier otro. Nuestra cultura parece distinguirnos del resto de la naturaleza. Y, aun así, esa cultura ha de ser a la vez un producto de la evolución».
A lo largo de la evolución, nuestra especie ha experimentado cambios anatómicos y biológicos. Pero también nos hemos diferenciado de otras especies gracias a nuestras habilidades cognitivas y a nuestro sentido social, es decir, a la aptitud para cooperar y alcanzar objetivos juntos, y de transmitir conocimientos de generación en generación.
El valor de los conocimientos acumulados
El primer representante del género Homo existió hace entre 2,8 millones de años y 2,3 millones de años. Pese a tratarse de primates, los miembros de este género surgido en África tenían una capacidad que los distinguía: poder generar, transmitir y acumular información. Es decir, que no solo se transmitía información genética a los descendientes, sino también información cultural, entendida aquí como una serie de comportamientos que comparten los miembros de una comunidad y que se basan en información transmitida socialmente. Por ejemplo, cómo fabricar y usar herramientas, cómo acceder a alimentos o cómo organizarse en grupo. Es decir la cultura sería un gran archivador con conocimientos acumulados; esta evolución cultural acumulativa constituye la gran ventaja distintiva de los humanos frente al resto de especies, que solo presentan evolución biológica.
Volviendo al texto de Laland, podemos convenir que «este repositorio colectivo de experiencias nos permite hallar soluciones cada vez más eficientes y variadas a los problemas de la vida. No fue nuestro gran cerebro, nuestra inteligencia ni el lenguaje lo que nos dio la cultura, sino más bien esta última la que impulsó un cerebro voluminoso, una inteligencia sin igual y el lenguaje. En lo que respecta a nuestra especie —y tal vez a alguna otra—, la cultura transformó el proceso evolutivo».
Como explicaba Jorge Wagensberg en un artículo para Mètode, «hubo un tiempo en el que el Homo sapiens coexistía con otras especies del género, como el Homo neanderthalensis o el Homo denisova [...] En los primeros enfrentamientos entre sapiens y neandertales se impusieron los segundos. En el uno contra uno, y en el pocos contra pocos, el neandertal tenía todas las de ganar, quizá por su fortaleza, quizá por su agresividad. ¿Cuándo se invirtieron los términos? ¿Las otras especies del género Homo se extinguieron por sí solas o con la ayuda del sapiens? Y si es así ¿cómo lo consiguió?» Pues la clave, según el antropólogo Yuvah Noal Harari, sería el lenguaje y, concretamente, el chismorreo. El desarrollo del lenguaje marcó una diferencia notable en la capacidad para generar, transmitir y acumular ideas. Pero el placer por chismorrear, producido por alguna mutación que permitió un salto en el lenguaje, facilita «comunicar ocurrencias frescas del momento» y «mantener unidos colectivos de unos 150 miembros». Sin duda, un claro ejemplo de interacción entre evolución biológica y evolución cultural.
Lo que nos hace humanos
Escribe Luis Alonso, en una reseña del libro Un animal diferente, que el profesor de evolución humana y cambio social Robert Boyd propone que la cultura humana «pertenece a la biología de nuestra especie no menos que la pelvis o el espesor del esmalte que recubre los dientes. La cultura convierte al ser humano en un animal muy peculiar».
Por tanto, hay una íntima relación entre el desarrollo de la cultura y la evolución humana. Los seres humanos tenemos habilidades como la capacidad de fabricar y usar herramientas, de razonar y generar pensamientos simbólicos, de innovar, de aprender de los demás, de imitarlos y mejorarlos. Pero es cierto que hay otras especies que también tienen esas facultades. Sin embargo, estás no pueden acumular conocimientos y perfeccionarlos a través de generaciones; es decir, no se da una evolución cultural. «La capacidad para la cultura hace única a la especie humana. Su estrategia para sobrevivir consiste en la transmisión de tecnología y habilidades», describe Mark Pagel.
Para Pagel, está claro: «la respuesta a qué nos hizo humanos es, sin duda, la cultura. El desarrollo de esta capacidad excepcional hace ahora unos 200.000 años determinó nuestra evolución. Hace otros 60.000 años, el proceso evolutivo experimentó un acelerón: cuando los humanos modernos salieron de África en pequeñas sociedades tribales para ocupar y reconfigurar el mundo en solo unas decenas de miles de años.» Y añade: «La cultura se convirtió, pues, en una suerte de estrategia de supervivencia. La aptitud de nuestros ancestros de aprender de los demás, de transmitir y desarrollar el conocimiento, la tecnología y las habilidades resultó una característica poderosa y eficiente para hacer más humanas nuevas tierras y recursos».
¿Víctimas de nuestra propia cultura?
Según el paleontólogo Jordi Agustí, la evolución cultural ha reemplazado en la especie humana a la evolución biológica. Afirma que los datos y estudios científicos han demostrado que el proceso evolutivo humano ha sido mucho más complejo de lo que siempre se ha creído, normalmente con diversas especies de homínidos coexistiendo al mismo tiempo. Pero, tras la revolución del Neolítico, surge con más fuerza la evolución cultural. Hasta que apareció la capacidad cultural, «el ser humano había sufrido el motor de la evolución –selección natural—pero a partir de entonces surgió la capacidad de acumulación, es decir, la evolución cultural se intensificó mucho más». En esta conferencia impartida en 2009, Agustí también apuntaba que hasta hace poco era el medio ambiente el que controlaba la evolución, pero el ser humano ha logrado modificarlo y ajustarlo a sus fines. ¿Causa o efecto de la evolución cultural?
Citando de nuevo a Pagel, los humanos actuales descendemos de «los individuos ancestrales con mayor capacidad para utilizar la fuerza social en beneficio de sus intereses». Para él, la 'supersociabilidad', el lenguaje y otros talentos y habilidades innatas que definen la naturaleza humana «surgieron como adaptaciones a la vida en el medio social de la cultura».
La cultura compartida favorece la cohesión, la cooperación, el avance conjunto como sociedad. Fue la evolución biológica quien permitió la aparición de los primeros humanos, pero hace tiempo que no hay cambios significativos a nivel genético; en cambio, vivimos en una constante (r)evolución cultural. Si la transmisión y acumulación de conocimiento, de datos, son la clave de la evolución cultural, ¿cómo podemos cualificar la era digital?
La cultura nos define como especie y nos permite evolucionar. Unos cambios que, suponemos, deberían ser a mejor. Ahora bien, ¿puede ser esta misma cultura la que nos lleve a los peores conflictos sobre el planeta? Si no fuéramos seres culturales, ¿habría guerras? ¿Agotaríamos los recursos de la Tierra por las ansias de seguir creciendo? ¿Pondríamos por delante la competencia frente a la cooperación en momentos de crisis? Aprovechemos todo el conocimiento generado por nuestros ancestros y transmitido de generación en generación para no ser víctimas de nuestra propia cultura.
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