Neurocoaching, neuromarketing, neuroeducación, neuroética, neuroarquitectura, neuroyoga... La neurociencia está de moda. Al menos, como concepto. Pero, ¿se corresponde el uso de la palabra, o del prefijo neuro-, con verdaderos avances científicos? ¿O estamos más bien ante un boom injustificado?
En un artículo publicado en 2019, el investigador Moisés Cumpa-Valencia analiza los "usos y abusos" del término neurociencias en un total de 29 artículos indexados en la base de datos Scielo desde 2000 hasta 2018. De estos, resolvía que en 7 (un 24%) el término neurociencias y otras palabras con el prefijo neuro- habían sido usados de manera inadecuada. Los indicadores para valorarlo eran: definición explícita o implícita, inclusión en el marco teórico y tipológico de las neurociencias, y desarrollo medular del término en el texto.
La neurociencia (o neurociencias) son en realidad un conjunto de saberes, un campo interdisciplinar que estudia tanto la estructura y el funcionamiento del sistema nervioso, como los fenómenos responsables de la conducta humana. Como indica Cumpa-Valencia, "en ella deben confluir neurólogos, psicólogos, psiquiatras, filósofos, lingüistas, biólogos, ingenieros, físicos y matemáticos, así como también médicos, sociólogos, teólogos y una larga nómina, ya que comprender el funcionamiento cerebral compete a todos". Al calor de esta interdisciplinariedad, también se asocia el prefijo a otros estudios y procedimientos de forma no pertinente.
El métode científico como requisito
David Bueno, doctor en Biologia y profesor e investigador en la sección de Genética Biomédica, Evolutiva y del Desarrollo en la Universitat de Barcelona, coincide en que "la utilización de este prefijo da una pátina de ciencia a campos que, a pesar de estar muy establecidos dentro de la academia, utilizan metodologías de trabajo diferentes, o ligeramente diferentes, al método científico que se utiliza en investigación neurocientífica".
En ese sentido, Liliana Calderón advierte que "en años recientes asistimos a una especie de neuro-boom en el que se presentan resultados de investigaciones como verdades seudocientíficas, caracterizadas por su poco rigor metodológico". Y añade: "Basta con realizar una consulta rápida en internet para ver la avalancha de neuro-términos que actualmente se emplean para resaltar una pretendida cientificidad del estudio en cuestión". El problema como no tal no es que se usen esos términos, sino "el tipo de estudios que se promueven bajo el uso del prefijo neuro y la forma, algo precipitada, en la que se divulgan sus conclusiones".
Para Calderón, las neurociencias "no son un simple cúmulo de disciplinas cientificas que trabajan con el cerebro; son ante todo un conjunto de trabajo armónico e integrado que coopera por obtener resultados confiables, mediante la utilización de una metodología científica rigurosa". Este esfuerzo común es el que ha permitido llegar a conocer el cerebro y nuestra conducta como lo hacemos actualmente, y seguir avanzando.
Aunque hay quien vende humo en este 'furor por las neurociencias', no se puede negar que también existe una base sólida de evidencias científicas sobre los mecanismos que intervienen en nuestras emociones, aprendizaje o toma de decisiones, y que pueden ser aprovechados en distintos ámbitos. "Como todo lo hacemos con el cerebro, es lógico que el impacto de las neurociencias se proyecte en múltiples áreas", en palabras del neurocientífico Facundo Manes. O, como dice Bueno, es "lógico" que lo neuro esté de moda, "dados los grandes adelantos de estos últimos años en la comprensión de la formación y el funcionamiento del cerebro humano, y su relación con la vida mental, los comportamientos y la cognición".
Por tanto, tan cierto es que a menudo el prefijo neuro- es un significante vacío, como que las neurociencias pueden aplicarse de forma acertada a múltiples ámbitos. Al fin y al cabo, se trata de saber qué funciona teniendo en cuenta los mecanismos del cerebro. Lo importante es que detrás haya un método científico que lo respalde.
Aplicar la neurociencia a la política
La política es uno de los espacios en los que interesa especialmente descifrar el comportamiento de las personas al tomar decisiones, saber qué pasa en el cerebro de la ciudadanía cuando escogen una determinada opción y también recopilar esa información para usarla en futuras campañas. Porque, aunque creamos que nuestras elecciones son racionales, en la toma de decisiones hace falta una negociación entre la razón y las emociones.
La inclinación por un político, por ejemplo, no depende solo de la valoración de factores históricos, políticos, socioeconómicos y culturales, sino también de mecanismos cerebrales de toma de decisiones. El neurocientífico Diego Redolar, investigador del grupo Cognitive NeuroLab de la UOC, apunta que "el procesamiento que el cerebro lleva a cabo a partir de la cara de una persona para generar una atribución de confianza o desconfianza es espontáneo y automático. Implica estructuras clave del procesamiento de la información emocional, como la amígdala y la ínsula anterior".
El asesor de comunicación y consultor político Antoni Gutiérrez-Rubí explica que la neurociencia "nos permite conocerlo [el cerebro de los seres humanos] mejor, saber cómo funciona, cómo articula sus imágenes, con qué valores, con qué sentimientos y cómo se canalizan sus decisiones. Esa es una cuestión clave que debe ocupar más tiempo y energías a todos aquellos que reflexionan sobre la política democrática, sus procesos de renovación y mejora y, en general, para todas las personas interesadas en la múltiple gama de registros de la comunicación política".
¿Cómo funciona el cerebro de los votantes? Lo trata Helena López-Casares en un artículo divulgativo para The Conversation: "Al contrario de lo que se pensaba hace algunas décadas, la neurociencia establece que la toma de decisiones no es un simple proceso racional, deliberado y consciente: son los aspectos emocionales los que tienen un papel determinante. Las emociones guían la conducta como impulsos que nos invitan a actuar y, una vez que se ha tomado una decisión, la razón actúa para justificar y explicar esa elección desde el punto de vista lógico y analítico."
En su artículo, López-Casares relata con detalle cómo la actividad cerebral de los votantes registra movimientos en varias de sus áreas y estructuras mientras se desarrollan los debates, y concluye que "quizá debemos asumir que no somos tan racionales e imparciales como pensamos". La neurociencia arroja luz sobre esta cuestión. Ahora bien, cuando añadimos el prefijo neuro- a cualquier palabra, no debemos olvidarnos de la importancia de la -ciencia. Si no, estaremos contribuyendo a hacer grande ese boom en lugar de aprovechar los avances en el conocimiento del cerebro, que los hay.
Comentarios
Publicar un comentario