Todos los monstruos tienen nombre

- ¡Para! ¡Vas como una moto!

- ¡No puedo!

Así es, no podía. Estaba muy nerviosa, gritó a sus compañeros de trabajo, hasta al jefe. “¡Para!”, respondió él. No paró, se paralizó, porque hay palabras que actúan como dardos. Quizás aquel día fue el más evidente, pero hacía tiempo que algo le pasaba. En los últimos meses había ascendido a puestos de más responsabilidad en la empresa y, aunque eran unos cambios previstos, no los tenía asimilados. Sentía que no era ella quien debía ocupar ese puesto, que no estaba capacitada, que en algún momento se equivocaría y todo se desmoronaría.

Compensaba la falta de confianza con esfuerzo, horas de trabajo y mucha exigencia. Sobre todo, con ella misma. Se flagelaba si se le pasaba por alto cualquier cosa; hacía propios también los errores ajenos. Y poco a poco también fue abandonando los eventos sociales, ahora prefería quedarse parapetada tras la pantalla del ordenador. No se gustaba en el espejo y cambió sus fotos en las redes sociales por otras donde no se viese su rostro.

Sí, hacía tiempo que algo le pasaba. Pero, ¿qué? ¿Desde cuándo? ¿Por qué? Estas preguntas llenaban su mente al mínimo vacío que encontraban: la pausa de la comida, la ducha, los estiramientos en el gimnasio, la cama. Eso era lo peor, la cama. Noches llorando por no poder dormir o tal vez llorar y por eso no poder dormir.

“¡Para!” No, la ansiedad no es algo que se pueda apagar con un interruptor. Ansiedad ON, ansiedad OFF. Es más bien como un pequeño monstruo que escoge qué pensamientos tendrás, y se obsesiona con ellos. Y se va haciendo grande, todavía más grande; se alimenta de tus preocupaciones. Un monstruo que puede llegar a ser tan grande como el cuerpo que lo alberga. No es indomable, pero para poder controlarlo primero hay que ponerle nombre y saber cuál es su origen. Y, por aquél entonces, todavía no estaba bautizado.

Se sentía cansada día tras día, pero lo veía normal. “¿Cómo no vas a estar cansada si duermes poco y comes todavía menos?”, se respondía a ella misma. Aunque se fuera sola a la cama, se acostaba acompañada: al colchón se subían todas las preocupaciones, sin ser invitadas. Porque todo, absolutamente todo, le preocupaba. Entregar el encargo a tiempo, pensar qué cocinar cada día de la semana, tener ese conjunto de ropa listo para el día 5, cerrar el plan para el sábado con su pareja. Cómo llenar las vacaciones del verano. Qué estudiar el curso siguiente. También estaba irritada y nerviosa más días de los que quería reconocer. En ocasiones, llegó a sentir que le faltaba el aire. Y temblaba. Y lloraba. 

Una tarde cualquiera tuvo que encerrarse en el baño de la oficina a llorar. No sabía cómo parar, porque tampoco sabía cómo había comenzado. Debería haber pedido ayuda tras aquel episodio, pero no lo hizo. Tampoco lo hizo el día que su jefe le pidió que parase. Una mañana, un domingo para más concreción, cogió el móvil todavía en la cama. Tenía varias notificaciones, una de ellas era un mensaje en el grupo de WhatsApp del trabajo. Aquellas líneas no tenían nada de especial, pero tras leerlas comenzó a sentir que no podía respirar, que el corazón se le salía, que todo terminaba. Le resultaba imposible controlar estas sensaciones. Solo veía oscuridad, nubes grises, ganas de llorar, ganas de desaparecer.

Un ataque de pánico, resolvió el médico de urgencias. Y le recomendó ponerse en manos de profesionales, que dieron nombre al monstruo que la acompañaba: ansiedad generalizada con trastorno depresivo. 2x1, como en los supermercados. Buscó en Internet. Según datos de la OMS, aproximadamente 280 millones de personas en el mundo tienen depresión. Es un trastorno mental resultado de interacciones complejas entre factores sociales, psicológicos y biológicos. Entre los biológicos, pueden ser cambios hormonales, cuestiones genéticas y alteraciones en ciertos neurotransmisores como la serotonina, la noradrenalina o la dopamina.

Un tiempo después, está sentada delante del ordenador, haciendo memoria para escribir estas líneas. No añora para nada aquellos días, pero al menos le servirán para resolver un ejercicio del máster que está cursando. Mientras teclea, escucha en bucle una canción: Mi monstruo y yo compartimos el colchón, la piel y la decepción; pensamos en todo a medias…

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Este relato se ha escrito a partir de la experiencia propia (contada en parte en este tuit) y de testimonios recogidos en las webs de Obertament y el National Institute of Mental Health.

Foto de Molly Blackbird en Unsplash

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