No(s) fumigan, una vez más

El periodista Noel Ceballos publicó en 2021 El pensamiento conspiranoico, un ensayo en el que repasaba las actuales teorías de la conspiración, pero contextualizándolas y conectándolas con sus orígenes en décadas pasadas, siglos en algunos casos. Porque como explica Ceballos en el libro, el pensamiento conspiranoico es un fenómeno «que tiene a sus espaldas siglos de historia y que ha demostrado una y otra vez una capacidad para mutar y adaptarse a todo tipo de contextos, similar a la que podríamos atribuirle a un virus».

Como hemos visto en la asignatura de Los discursos de la ciencia en la esfera pública en el siglo XXI, los bulos y teorías de la conspiración forman parte de un corpus de teorías paracientíficas que están siempre latentes y que cuando hay una fractura del acontecer aparecen, se adaptan y se moldean. O, en palabras de Ceballos, «un compendio de miedos y ansiedades sociales, un constructo paranoico que da forma concreta a los monstruos (reales o imaginarios) de cada tiempo». ¿Y cuál es la fractura más reciente a nivel global para que se reutilizasen teorías de la conspiración? La COVID-19.

«Se ha dicho por activa y por pasiva que el peor momento para que estalle una pandemia es uno donde la verdad no es un elemento absoluto, así que es sencillo imaginar la escena: gente cada vez más sola, consumida por la distancia social y la pérdida devastadora de sus seres queridos, que, al mismo tiempo, se expone a elaboradísimas teorías que detallan cómo, en realidad, todo esto no es consecuencia inevitable de un mundo fuera de control, por muy irracional que pueda parecernos desde nuestras respectivas atalayas, sino un plan de dominación a gran escala que nos utiliza a nosotros, los ciudadanos de a pie, como peones inconscientes», volviendo al ensayo de Ceballos.

Porque en la pandemia hemos oído y leído de todo. Por ejemplo, que el virus –sea de origen natural o de origen sintético, es decir, creado por los humanos– se escapó por accidente de un laboratorio de Wuhan. Otra posibilidad es que el virus fuese creado en un laboratorio chino y esparcido voluntariamente como arma biológica contra otras potencias. Pero también pudo ser difundido no por autoridades chinas, sino por decisión de aquellos que mueven los hilos del mundo, para acabar con parte de la población, para provocar un exterminio, y crear un nuevo orden mundial. Las zoonosis no tienen cabida en estas teorías, aunque constituyan el 60% de todas las enfermedades infecciosas en humanos y el 75% de las enfermedades infecciosas emergentes.

También puede ser que el virus exista, sea por el motivo que sea –«El bicho existe y ha matado a mucha gente», que dijo Miguel Bosé–, pero no es tan peligroso como lo pintan. Lo que pasa es que hay un plan «macabro y supremacista» para vacunarnos y de esta manera podernos controlar. Lo de siempre: Bill Gates, el microchip, el 5G... O quizás el virus ni tan solo existe y nos hacen creer que sí para vacunarnos con las mismas intenciones. O incluso puede ser que el objetivo de las vacunas no sea controlarnos, sino matarnos para reducir la población global.

Aunque en 2018 la OMS ya advirtió del peligro de la 'enfermedad X' –una bacteria o un virus hipotéticos que podrían surgir en el futuro y causar una infección generalizada en todo el mundo– y que lo más probable era que se desarrollase a través de un mecanismo de transmisión zoonótica, nadie estaba preparado para vivir esta pandemia. Ningún estado, ninguna sociedad. La COVID-19 ha hecho patente nuestra vulnerabilidad y ha cambiado la vida que conocíamos hace algo más de dos años. Afirma Ceballos que en situaciones complicadas como esta, «en lugar de aceptar que las sociedades contemporáneas han llegado a un nivel tal de aceleración que nos es absolutamente imposible plantear una teoría del todo, la conspiranoia propone una motivación oculta o causalidad que niega el azar, la torpeza inherente a toda burocracia o la multiplicidad de puntos de vista».

La gran convulsión generada por el nuevo coronavirus nos recordó que la vida humana no es una certeza, y en esos momentos de confusión y miedo las teorías de la conspiración hicieron lo que mejor se les da: adaptarse a los nuevos contextos, hechos y situaciones. «Dado que la mente conspiranoica no suele hacer diferencias entre lo que decide creer o no, optando casi indefectiblemente por un enfoque de "todo está conectado", la crisis de la COVID-19 solo tardó unas pocas semanas en ser incorporada a narrativas conspiracionales ya existentes como los chemtrails, el Nuevo Orden Mundial y, por supuesto, el movimiento antivacunas», detalla Ceballos.

Los chemtrails sirven para todo. Se pueden vincular con la salud –propagar enfermedades, dejarnos estériles o incluso matarnos, una vez más–, con el medio ambiente –causan intencionadamente el cambio climático, provocan fuertes lluvias pero también impiden las lluvias, destrozan cosechas para que Monsanto venda sus semillas...– e incluso con la tecnología –son capaces de interferir en las comunicaciones–. Una navaja suiza de las conspiraciones. 

«Raramente la pseudociencia trata el tema de la formación de las estelas que a veces los aviones trazan en el cielo. Generalmente estas estelas han estado en el punto de mira de teorías de la conspiración antes que de la pseudociencia en sí misma. El rastro que dejan a veces los aviones en el cielo, que los seguidores de teorías conspirativas llaman chemtrails (del inglés chemical trail, “estela química”) son, según estas teorías, fruto de proyectos secretos, generalmente gubernamentales, conocidos por una élite minoritaria, para fumigar a la población con objetivos diversos: control de población, del clima, interferencia de las comunicaciones…». Así comienza un interesante artículo que publicaron David Pino González, Jordi Mazon Bueso y Marcel Costa Villa en la revista Mètode, 'Nubes de aviones'en el que presentaban los principales argumentos encontrados en los foros y en la red que apoyan la existencia de los chemtrails, y los refutaban con contraargumentos científicos que permiten negar la existencia de este fenómeno.

Volviendo a Ceballos, «la ciencia tiene una explicación perfectamente válida para este fenómeno: en ciertas condiciones atmosféricas, es del todo normal que se formen senderos de vapor a base de agua. Sin embargo, la mente conspiranoica tiene una explicación alternativa: eso de ahí arriba no es agua, sino agentes químicos o biológicos con los que ciertos aviones no registrados rocían día sí y día también a la población, con el objetivo de… Bueno, no hay un consenso general sobre el objetivo, pero suponemos que la finalidad de esta práctica es, más bien, nefasta: control mental, inoculación masiva de enfermedades, videovigilancia, manipulación del clima, guerra medioambiental… Hay diferentes teorías, pero todas coinciden en que la condensación de vapor normal no forma estelas. Hay algo oscuro detrás, algo que está causando enfermedades respiratorias; y ni siquiera tienen la decencia de esconderlo, sino que lo dibujan bien claro sobre el atardecer.»

Así pues, las teorías sobre la existencia –e intenciones– de los chemtrails vivieron un momento de gloria con la COVID-19. Por ejemplo, se decía que en la ciudad de La Paz, en Bolivia, se estaba fumigando para afectar la respiración de la población y posteriormente declarar un rebrote de la pandemia. En Barcelona, las supuestas fumigaciones tenían que ver con la propagación de la variante delta del virus. En Madrid, unos trabajos de cartografía se quisieron relacionar con las altas cifras de contagios de coronavirus que registraba la capital, con algún tipo de medida de las autoridades para combatir la pandemia e incluso con un método para buscar asintomáticos. Otro bulo que se viralizó estos años era que «por primera vez un gobierno occidental ha incluido de forma oficial los chemtrail en su Boletín Oficial», en referencia a una publicación del BOE del 16 de abril de 2020. Y RTVE recoge una teoría todavía más compleja: «Consiste en afirmar que los habitantes de China recibieron en otoño de 2019 una vacuna con ARN (material genético) digitalizado. Este ARN reaccionaría con un “polvo inteligente” fumigado desde el cielo con tecnología 5G, de forma que la enfermedad podría activarse o desactivarse según la voluntad de los poderes públicos.»

Como hemos visto, la de los chemtrails no es una teoría nueva. Solo que cada vez se la adorna de diferente manera. Se sitúa en 1999 el inicio de la popularización de esta teoría, por culpa del programa radiofónico 'Coast to Coast AM', que suele tratar temas relacionados con lo paranormal y las teorías de la conspiración. Y ahí sigue. Por ejemplo, este fotomontaje que recoge El País circuló por redes en verano de 2017.

Foto de Timo Wagner en Unsplash

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