Pago por servicios ecosistémicos: bordeando la línea entre la protección y la mercantilización

En mayo de 2017 se aprobó una ordenanza para regular las visitas al Salto de la Novia durante los meses de verano mediante la venta de entradas a 2 euros. / Foto de Enrique Íñiguez Rodríguez

Hace unos años tuve la oportunidad de entrevistar para Mètode a Anna Traveset, doctora en Ciencias Biológicas y profesora de investigación en el Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (UIB-CSIC), que acababa de ser reconocida con el Premio Jaume I en la categoría de Protección del Medio Ambiente. Al preguntarle sobre cómo nos afecta la pérdida de la biodiversidad, me dijo: «
La pérdida de la biodiversidad afecta a todos los servicios ecosistémicos».

Fue entonces, en 2017, cuando escuché por primera vez este concepto. Traveset añadió: «Este es un término muy antropocéntrico y corresponde a los servicios que nos aporta la naturaleza a la especie humana. Con la pérdida de biodiversidad pierdes todos estos servicios ecosistémicos». Por ejemplo, citaba los servicios de provisión, «que son los productos que sacamos directos de la naturaleza, como los alimentos, la leña o fibras», los servicios de regulación, como «el reciclaje de nutrientes, frenar la erosión del suelo o la polinización», los servicios de apoyo, «que hacen que funcione el ecosistema, con el ciclo de nutrientes», y también «otro servicio que también es muy importante, aunque no se suele tener en cuenta», el servicio cultural.

Si se analiza la cuestión a fondo, hay distintos significados para las definiciones de servicios ecosistémicos (SE), así como distintas clasificaciones para enumerarlos (Rojas Padilla y Pérez Rincón, 2013). Sin embargo, sin entrar al detalle el concepto sí que «parece ser bastante homogéneo», con dos elementos comunes entre las definiciones más representativas: que conectan el bienestar humano a la dinámica, realidad o estado de los ecosistemas, y que resaltan la importancia de los ecosistemas para la sociedad.

Como hemos visto en la asignatura de 
La Ciencia de la biodiversidad y el cambio climático, una forma de reconocer esa importancia puede ser el pago por SE, como una herramienta a través de la que se tenga en consideración a la naturaleza y a los costes asociados a su degradación. Es decir, ponerles precio, darles un valor económico. Esta valoración monetaria de los SE y la 'mercantilización de la naturaleza' constituye una de las críticas al enfoque de los SE, junto a la concepción antropocéntrica –que citaba Traveset– y utilitarista de este enfoque, entre otras cuestiones. 

De 1 euro a 14 euros: ejemplos de pago por servicios ecosistémicos en el territorio valenciano

Después de que mencionase los servicios culturales –«ver un paisaje bonito, poder ir de excursión por la montaña o gozar de un paisaje es beneficioso para la humanidad»– pregunté a Traveset si era posible encontrar un equilibrio entre dar a conocer el paisaje y cuidarlo de la masificación y consiguiente degradación. Y su respuesta fue: «Si un parque natural, como puede ser Cabrera o la Albufera, lo masificas y haces que se parezca a las Ramblas de Barcelona, ya no puedes disfrutarlo. Hay que poner límites, establecer un cupo. Si en un lugar como Cabrera, en verano, dejas que vayan muchas barcas con 300 personas cada día, se pierde la calidad del lugar. La gallina de los huevos de oro se puede matar si no hay una buena planificación».

En el territorio valenciano hay diversos espacios naturales en los que se aplica un cupo; como mínimo, en los meses de verano. En algunos casos, como la Cova Tallada, en Xàbia, en las fechas más turísticas del año es necesario reservar para poder acceder, pero la visita es gratuita. En Navajas, en mayo de 2017 se aprobó una ordenanza para regular las visitas al Salto de la Novia durante los meses de verano mediante la venta de entradas a 2 euros. La intención era que el dinero ingresado revirtiera en el mantenimiento y la mejora del entorno. Así lo explicó en aquel momento el concejal de Turismo, Francisco Rosalén, al decir que el objetivo era «regular y organizar el caos que todos los años se genera a partir de estas fechas y conseguir, además, mantenerlo en perfectas condiciones de limpieza, mejorar su conservación y mantenimiento, así como sus infraestructuras». También hay que pagar para realizar la ruta de los Puentes Colgantes de Chulilla desde 2019. Solamente hay que abonar un euro, pero actúa como regulador del acceso y contribuye aunque sea mínimamente al mantenimiento y conservación de este paraje. 

Pero hay ejemplos en los que la entrada no es tan simbólica, como les Coves de Sant Josep, en la Vall d'Uixó. Aquí las precios oscilan entre los 6 euros (aplicando descuentos) y los 14 euros. En este caso, pues, considero que más que reconocer la importancia de un espacio natural, lo que se hace es turistificarlo, con cantidades que pueden llegar a ser prohibitivas para algunas familias y, por tanto, privándolas precisamente de ese servicio ecosistémico de información (disfrute paisajístico, ecoturismo, educación ambiental...). Además, dentro de este río subterráneo navegable incluso se celebra un ciclo de conciertos (con entradas a partir de 30 euros), por lo que no parece que el pago sea para reducir las visitas y proteger el entorno, sino un negocio sin más.

Visitar les Coves de Sant Josep, en la Vall d'Uixó, puede costar entre 6 y 14 euros. / Foto de Millars

Cómo evitar la mercantilización de los ecosistemas y protegerlos a la vez 

Lo cierto es que no hay un consenso sobre la idoneidad o no de pagar por los servicios ecosistémicos. También en 2017 preparé un reportaje sobre esta cuestión, titulado 'Posar preu al paisatge per a evitar la massificació' (Poner precio al paisaje para evitar la masificación), en el que personas expertas de distintas disciplinas relacionadas con la ciudadanía y el paisaje daban su visión al respecto. 

Por ejemplo, Joan Carles Membrado, doctor en Geografía y profesor en la Universitat de València, afirmaba que «es inevitable que a causa de la ecotasa se acerque menos gente», pero que, para él, «hay que cobrar una ecotasa disuasiva. ¿Es elitista? Y tanto, pero si no frenamos el acceso indiscriminado al público, estamos quitando valor a estos lugares».

En cambio Ana Campo, licenciada en Biología y Antropología Social y Cultural, rechazaba el cobro de entradas o 'ecotasas', ya que consideraba que incide en el proceso de mercantilización de la naturaleza. Campo, con su tesis doctoral sobre el Parque del Montgó (donde está la Cova Tallada), afirmaba que «el cobro de entradas para visitar un determinado recurso natural establece una relación asimétrica con la naturaleza en que esta se tiene que someter a las expectativas turísticas adquiridas mediante el pago de una tasa administrativa» y denunciaba que se trata de una «concepción urbana y mercantilista de la naturaleza, entendida como un producto de consumo, que incluso incluye los escasos habitantes de un mundo rural que se desvanece por efecto del progresivo despoblamiento y envejecimiento de la población local, que va siendo sustituida por casas, albergues y hoteles rurales». En su opinión, «son las instituciones públicas, en colaboración con entidades privadas, quienes tienen que garantizar un uso público sostenible y promover campañas de información, sensibilización y educación ambiental explicando el porqué de las restricciones y los beneficios que se obtienen limitando la antropización del entorno natural».

Finalmente, Mariola Bort, arquitecta especializada en los campos del urbanismo, la ciudad inclusiva y el paisaje, defendía una opción como la de la Cova Tallada, es decir, limitar el número de visitas por día cuando la masificación afecta los ecosistemas y sus dinámicas pero sin ponerle precio, y hacía mención especial a la gente con menos recursos o a las familias grandes. Además, mencionaba la importancia de estudios específicos sobre cómo llegar a los entornos naturales y si se promociona la movilidad sostenible y de qué manera.

Un paso más: la naturaleza como parque de atracciones

Aunque pueda parecer paradójico, creo que el pago por determinados servicios ecosistémicos, como pueden ser la información estética, la función recreativa o la ciencia y la educación, puede acabar favoreciendo una visión 'desnaturalizada', artificial, del paisaje. Especialmente, cuando hablamos de precios elevados. El abono de una cantidad simbólica puede servir para controlar el aforo diario sin privar el acceso por causas económicas a nadie y, a su vez, la cantidad recaudada son ingresos extra para realizar acciones que subsanen posibles daños en el ecosistema o financiar personal de control y vigilancia. Quiero remarcar que en algunos de los casos citados arriba, las personas empadronadas en el municipio no pagan, solo las visitantes. 

Pero cuando el precio a pagar ya es más elevado, se asemeja a un parque temático. Es decir, pagamos una entrada como quien va al parque de aventuras: hoy hago esta caminata, el próximo fin de semana un paseito en barca, al otro me paso el día en una cueva, y al otro nado en una poza. No gozamos de y con la naturaleza, no la conocemos, no sabemos quién la habita ni qué bienes y servicios dependen de ella. Nos quedamos con la diversión puntual que ofrecen estos espacios, un uso recreativo o lúdico que igual podría ser en el río subterráneo navegable más largo de Europa como los canales que fluyen por PortAventura. La naturaleza como escenario. Hablamos de la importancia de los servicios de los ecosistemas para la vida humana, pero excluimos a parte de la sociedad del derecho a conocerlos.

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