| De Fernando Vicente para EL PAÍS |
Saberme tan pequeña en el Universo genera en mí sensaciones dispares. En ocasiones es una especie de ansiedad por todo lo desconocido. En otras, en cambio, siento tranquilidad; la tranquilidad de saberse prescindible, irrelevante en la inmensidad. Sea como sea, pensar en ello no me deja indiferente.
Lo confieso: si me preguntan si creo en los extraterrestres, no sé qué responder. Este marzo se publicaba que «podría haber hasta un 99,6% de probabilidades de que estemos solos en la galaxia y un 85% de que lo estemos en todo el universo observable». Queda ahí un pequeño margen. Puedo leer, escuchar, informarme sobre las probabilidades de vida extraterrestre y emitir mi opinión en base a estos argumentos. Pero, si los expertos dejan un 15% de probabilidades de que no estemos solos en el universo observable, ¿quién soy yo –que no tengo ni idea de estos modelos matemáticos– para negar tajantemente que existan? Así, ni creo ni dejo de creer.
En principio la teoría del Diseño Inteligente no es religión. Pero sí que se podría entender como un 'creacionismo científico' puesto que «los defensores de las ideas del diseño inteligente sostienen que las características del universo, de nuestro planeta y de la vida sólo pueden explicarse asumiendo que todo ello ha sido creado de manera dirigida por un ser (o seres) de inteligencia superior» (Rafael Bachiller, en El Mundo). Para el Stephen Hawking de 2018 estaba claro: «No hay ningún Dios. Soy ateo. La religión cree en los milagros, pero éstos no son compatibles con la ciencia». Pero anteriormente el astrofísico no había sido tan rotundo. Esta fue su explicación: «En el pasado, antes de que entendiéramos la ciencia, era lógico creer que Dios creó el Universo. Pero ahora la ciencia ofrece una explicación más convincente. Lo que quise decir cuando dije que conoceríamos 'la mente de Dios' era que comprenderíamos todo lo que Dios sería capaz de comprender si acaso existiera».
Sobre las complejas relaciones entre ciencia y religión se ha escrito mucho. De nuevo, por el vínculo que me une, recurriré a la Revista Mètode, que en 2012 publicó el especial 'La especie mística' (disponible en línea). El número incluía una entrevista a Francisco J. Ayala, una figura muy interesante cuando se habla del encuentro entre ciencia y religión. Él mismo es físico, teólogo, exfraile dominico, doctor en Biología y autoridad mundial en evolucionismo. Para Ayala, religión y evolución son compatibles. En cambio, rechaza el creacionismo –«que convertiría a Dios en el mayor abortista de la humanidad», según recoge también una entrevista para Agencia SINC– y el diseño inteligente. Quiero detenerme en esta respuesta:
«En relación a la religión y a la teología, el diseño inteligente es horrible, porque tiene implicaciones de blasfemia con respecto al Creador. Al contrario, el diseño de los organismos no es inteligente, sino una adaptación. Por ejemplo el ojo está diseñado para ver, pero es un diseño incompetente, también llamado diseño inepto o imperfecto. Puede tener estos tres significados, pero en ningún caso es inteligente. Así, uno puede empezar con el ojo humano, en el que las fibras nerviosas transmiten las señales que llegan de la retina hasta el cerebro, se forman y se juntan en el interior del ojo, pero llega al cerebro y tiene que regresar a la retina y entonces tenemos un punto ciego. Otro ejemplo es la mandíbula humana, que al parecer se le ha quedado pequeña al "diseñador" y por eso nos tienen que sacar la muela del juicio. Al ingeniero que no hubiese diseñado una mandíbula lo suficientemente grande para tener todos los dientes lo habrían despedido al día siguiente. O al que hubiese diseñado el canal del parto de la mujer no lo suficientemente grande para que la cabeza del niño pueda pasar fácilmente. No digamos ya la crueldad que existe en la naturaleza con los animales carnívoros, que llega a un punto de sadismo en el caso de los parasitoides, que sólo pueden vivir matando a otros. Un "diseñador" que hubiese planeado eso sería un sádico. Así que el ID considera a Dios como un incompetente [...] Y otra cosa más, el aborto, tan abominable desde el punto de vista de la Iglesia católica. Una consecuencia del ID es que el mayor abortista del mundo sería Dios, si éste fuese el que hubiere diseñado el cuerpo humano, porque aproximadamente el veinte por ciento de los embarazos acaban como consecuencia de procesos naturales, durante los primeros meses de embarazo, frecuentemente sin que la madre sepa siquiera que está embarazada. Simplemente por defectos de diseño genéticos existen entre 20 y 30 millones de abortos al año debido a un diseño deficiente. Desde el punto de vista de la religión, esto es horrible.»
Y a pesar de ello, para Ayala ciencia y religión no son incompatibles. «El origen de nuestra especie, Homo sapiens, a partir de antepasados que no eran humanos es una conclusión científica corroborada más allá de toda duda razonable. Pero aceptar esta conclusión es compatible con creer en Dios y que somos sus criaturas», concluye una tribuna que publicó en 2017 en El País. Para él, «la ciencia y la religión son como dos ventanas diferentes para observar el mundo. La ciencia se ocupa de los procesos que explican el mundo natural: las galaxias y estrellas del espacio, cómo se mueven los planetas, la composición de la materia y el origen de los organismos, incluyendo los seres humanos. La religión se ocupa del significado y propósito del mundo y de la vida humana, la correcta relación entre los seres humanos y el Creador y entre ellos mismos, y de los valores morales que inspiran y gobiernan la vida de las personas. Es posible creer que Dios creó el mundo, al tiempo que se acepta que planetas, montañas, plantas y animales, incluyendo los seres humanos, se produjeron, después de la creación inicial, por procesos naturales».
Para el físico Marcelo Gleiser, «el ateísmo es incompatible con el método científico». Gleiser, que se reconoce agnóstico, critica que «el ateísmo es una declaración categórica que expresa la creencia en la no creencia. "No creo, aunque no tengo pruebas a favor o en contra, simplemente no creo". Pero en ciencia realmente no hacemos declaraciones. Decimos: "Está bien, puedes tener una hipótesis, tienes que tener alguna evidencia en contra o a favor". Y entonces un agnóstico diría: "Mira, no tengo evidencia de Dios ni de ningún tipo de dios". Por otro lado, un agnóstico no reconocería ningún derecho a hacer una declaración final sobre algo que no conoce. "La ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia" y todo eso».
Escribiendo esto me he acordado de cuando mis compañeros de clase iban a catequesis. Diría que por esa época, la edad de tomar la comunión, fue la primera vez que me planteé si existía Dios. Y (me) decía: No creo que haya un Dios por ahí arriba, pero si se me presenta, pues ya creeré.
Todavía no he sentido la llamada.
Ya para terminar, tres propuestas de lectura:
- El reportaje '¿Dios contra la ciencia? ¿La ciencia contra Dios?', publicado en El País en 2016 y de donde procede la ilustración que encabeza este post
- 'Explorando el cosmos: ¿hay vida inteligente ahí fuera?', una entrevista a Carlos Briones
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