De la nada al centro de la Tierra

Primero, la nada. O, más bien, nada conocido. Porque, ¿qué puede haber cuando ni tan solo existen el espacio ni el tiempo? ¿Qué hay cuando ni siquiera existen las fuerzas que gobiernan el Universo? Y en un determinado momento, ‘¡Bang!’, una gran explosión, el origen de todo. El punto inicial en que se formó la materia, el espacio, el tiempo. Hace años, muchos años, de esto. Unos 13.800 millones de años, día arriba día abajo. La Tierra, el planeta que nos acoge a ti y a mí, todavía tardaría en ser una de las piezas que forman parte del Universo. Tuvieron que pasar millones de años y nuevas explosiones para que se formase este y el resto de planetas. Pero no adelantemos acontecimientos.

En el momento de la gran explosión, la temperatura y la presión eran muy elevadas. Pero una cienmilésima de segundo después, el universo ya se había enfriado lo suficiente para permitir que los cuarks, unas partículas elementales que componían la materia inicial, se juntasen de tres en tres y formasen protones y neutrones. Piensa en un plato de sopa maravilla, humeante, que te espera sobre la mesa. Te demoras unos minutos, mientras terminas de recoger la cocina o quizás sacas tiempo para poner una lavadora, aprovechando que coincide con la hora más barata; cuando vuelves, el caldo se ha enfriado y las bolitas de sopa ahora se han juntado formando grumos. Pues algo similar, pero a lo grande. Porque así son las cosas en el Universo: grandes, inmensas. Las distancias, el tiempo, los cuerpos. Pero también hay partículas diminutas, invisibles a nuestros ojos, como el protagonista que nos acompañará hasta el final de esta historia. Nació muy poco después del Big Bang en algún punto del universo y ahora, en 2022, todavía sigue entre nosotros. Mejor dicho, unos 6.000 km debajo nuestro. Se trata de un protón que se encuentra en un átomo de hierro y que  –¿cosas del destino?– acabó formando parte de esa gran bola que es el núcleo del planeta Tierra. Para agilizar el relato, que hay mucha cosa que contar, le llamaremos ‘El Protón’.

El Protón, decíamos, se formó dentro del segundo siguiente al Big Bang, junto con otros protones, neutrones y electrones, además de las cuatro fuerzas fundamentales del Universo: la fuerza gravitatoria, la fuerza electromagnética, la interacción nuclear fuerte y la interacción nuclear débil. En los cien primeros segundos tras la gran explosión, los protones y los neutrones dieron lugar a los primeros núcleos atómicos de hidrógeno y de helio. Los electrones, por entonces, seguían a su aire. 380.000 años después, las temperaturas ya bajaron lo suficiente para que interactuasen con los núcleos atómicos –formados por nuestro protagonista y otros protones y neutrones– y originasen átomos estables y neutros. También en ese momento, los fotones quedaron libres, el Universo dejó de ser opaco a la luz.

Varias decenas de millones después del Big Bang, en las regiones más densas del Universo se fueron agrupando los átomos de hidrógeno y helio. Con estos ingredientes, se formaron las primeras estrellas. Y en el interior de algunos astros, la presión y la temperatura eran tan altas que se siguieron uniendo núcleos atómicos, dando lugar a átomos de carbono, nitrógeno, oxígeno o incluso hierro. Esto es lo que ocurrió con El Protón. Pero, ¿cómo pasó de 'habitar' una estrella a ser parte de nuestro mundo? Pues resulta que hay estrellas tan masivas que terminan su vida con una explosión, llamada supernova. Tras este evento, la estrella expulsa todo el material que había en su interior. De esta manera El Protón, ya como integrante de un átomo de hierro, dejó de estar dentro de una estrella muy masiva para vagar de nuevo por el Universo.

Las supernovas producen inmensas nubes de gas y polvo interestelar, la materia primera para dar origen a nuevas estrellas y también a los planetas. Ya sabes lo que dicen: somos polvo de estrellas. De la condensación de una de estas nubes, justo en la que se encontraba El Protón dentro del átomo de hierro, resultó el Sistema Solar y, en él, nuestro planeta. Durante los primeros 40 millones de años de la Tierra, los elementos más pesados se hundieron, mientras que los más ligeros subían a la superficie. Y así es como El Protón se quedó alojado en el ardiente corazón de este planeta rocoso llamado Tierra.

Imagen de Viktor Forgacs en Unsplash

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