¿Es el proyecto Half-Earth una solución?

De Edward O. Wilson se dice que es el 'padre de la biodiversidad' –del término, se entiende–, el 'Darwin de la era moderna' o 'el heredero natural de Darwin'. Fallecido en diciembre de 2021, dejó como legado la solución del 'medio planeta' (Half-Earth), es decir, proteger medio planeta –tanto de superficie terrestre como del mar– para conservar la mayor parte de la biodiversidad. Esta era su propuesta para frenar la sexta extinción, la que estamos viviendo en estos momentos provocada por la humanidad

Ahora es la E.O. Wilson Biodiversity Foundation, mediante su programa 'Half-Earth Project', la que mantiene vivo ese llamamiento para proteger la biodiversidad. Los tres pilares de este proyecto son:

  • Impulsar la investigación para comprender mejor las especies de nuestro planeta y sus interacciones en los ecosistemas.
  • Proporcionar liderazgo en la gestión de la conservación mediante el mapeo de las especies de nuestro planeta y la identificación de los lugares donde tenemos la mejor oportunidad de proteger la mayor cantidad de especies.
  • Involucrar a la gente de todo el mundo para que participe en el cuidado de nuestro planeta y conseguir así el objetivo del 'medio planeta'.

¿Cómo se escoge esa mitad del planeta? ¿Del ecuador (latitud 0º) hacia el norte o hacia el sur? ¿Del meridiano 0 hacia el este o hacia el oeste? No, mediante el mapeo arriba citado, se identificarían los lugares donde podemos proteger al mayor número de especies y se 'interconectarían' estos bloques, se unirían mediante corredores ecológicos.

¿Es una propuesta realista?

Cada dos años, UNEP-WCMC e IUCN publican el informe Planeta Protegido, que evalúa el estado de las áreas protegidas y conservadas en todo el mundo. Según la última edición disponible, la de 2020, había 22,5 millones de km2 (16,64%) de ecosistemas terrestres y aguas continentales y 28,1 millones de km2 (7,74%) de aguas costeras y el océano dentro de áreas protegidas y conservadas documentadas. Datos para el optimismo: desde 2010, se habían incluido en áreas protegidas 2,1 millones de km2 de ecosistemas terrestres y de aguas interiores, y 18,8 millones de km2 de aguas costeras y del océano. Aspectos no tan positivos: solo el 7,84% de la superficie terrestre mundial estaba protegida y conectada, cuando el objetivo marcado –Meta 11 de Aichi– era el 17%. Además, el 33,8% de las áreas clave para la biodiversidad terrestres y de aguas interiores y el 33,9% de las áreas claves para la biodiversidad marinas y costeras carecían de cobertura total. 

Con estos datos sobre la mesa, me cuesta pensar en el movimiento Half-Earth como una propuesta realista. Soy consciente de que hay que tomar medidas drásticas, radicales, y así lo he manifestado en publicaciones anteriores. Pero al mismo tiempo deben ser aceptadas por cierta mayoría social –y, por tanto, sonar realistas–. Más asequible –pero menos ambicioso, por tanto– es el proyecto de Naciones Unidas '30 x 30', inspirado en las teorías de Wilson pero rebajando los objetivos. Se trataría de alcanzar el 30% del planeta protegido en 2030. Pero además, como desarrollaré a continuación, la acción climática y ambiental no debe ahondar en las desigualdades; al contrario, debe hacerse desde la justicia y la equidad. Y propuestas como estas me generan dudas al respecto.

No olvidemos la cuestión social

Aunque en un primer momento, y en el plano teórico, me parece una propuesta interesante, considero que es necesario detenerse en algunos puntos y abrir el debate. 

En 1995, Janet Biehl y Peter Staudenmeier publicaron la primera edición de su libro Ecofascismo, reeditado en 2011. En esta obra, a partir del análisis del nacionalsocialismo alemán, alertan de cómo la escisión entre la cuestión social y la cuestión ecológica brinda un espacio político e intelectual para el ecologismo autoritario. En sus páginas afirman que «este es el auténtico legado del ecofascismo en el poder: el genocidio desarrollado como necesidad bajo el manto de la protección medioambiental». Tienen argumentos para decirlo: «[...] una solución fue asociar dichos problemas medioambientales a la influencia destructiva de otras razas. Así, el nacionalsocialismo podía ser visto como la lucha contra esas razas y por su eliminación». La sangre alemana tenía un derecho exclusivo al sagrado suelo alemán; los judíos, no. Quiero destacar dos frases más de esta obra: «Incluso la más loable de las causas puede ser pervertida e instrumentalizada al servicio del salvajismo criminal» y «la historia de la ecología fascista demuestra que, bajo las condiciones adecuadas, dicha orientación puede conducir rápidamente a la barbarie». 

Para evitar esa deriva, es fundamental contextualizar la crisis climática y apuntar de manera directa a los principales responsables de la degradación. Y huir de la idea de 'eliminar' (aquí, en el sentido de apartar o desplazar) la vida humana de aquellas zonas que se decida proteger. Porque, seguramente, quienes más las pueden degradar no son las personas que las habitan, sino grandes corporaciones con sus oficinas a kilómetros. Recientemente se ha publicado un estudio –'National responsibility for ecological breakdown: a fair-shares assessment of resource use, 1970–2017'– que cuantifica la responsabilidad histórica de cada país actual teniendo en cuenta el uso de los recursos en el último medio siglo. Y otro estudio liderada por el mismo investigador, Jason Hickel, estimó con datos de 2015 que «el Norte Global se apropia anualmente de 12.000 millones de toneladas de materias primas, 822 millones de hectáreas de tierra o 21 exajulios de energía del Sur Global, entre otros elementos», según recoge el reportaje 'La riqueza, el desarrollo y la responsabilidad climática: ¿quién está agotando los recursos del planeta?', publicado esta misma semana en Climática.

Después de ir socavando esos ecosistemas, ¿con qué derecho les expulsamos para dejarlos en estado 'salvaje' mientras seguimos con nuestras vidas como si nada? Como señala Miguel Pajares en el libro Refugiados climáticos, «en términos generales, los países que menos han contribuido al hecho de que se produjera serán los más castigados [...] Y no solo los países ricos son los más responsables de la crisis climática, sino que, teniendo muchos más recursos para hacer políticas climáticas contundentes, no destacan (en conjunto) por estar haciéndolas».

A propósito de la meta '30 x 30', Fiore Longo, investigadora en Survival International, lamentaba que «la medida tendrá un efecto devastador en las comunidades nativas y en poblaciones locales, forzando el desplazamiento de hasta 300 millones de personas que durante generaciones cuidaron esos ambientes». Longo reclamaba que fuesen los pueblos indígenas los que se sitúen en el centro de la protección del medio ambiente, ya que «el 80% de la biodiversidad se encuentra en los territorios que ellos habitan», y denunciaba que «decir que vamos a crear el 30% del planeta como área protegida en realidad no toca la raíz del problema, condena a morirse de hambre y a otros muchos abusos a las poblaciones más vulnerables». Para Longo, la expulsión de los pueblos indígenas ha sido históricamente la forma más común para crear áreas protegidas, y con estas medidas «los estamos condenando a dejar de existir, lo que es una pérdida enorme para toda la humanidad». Y esto, hablando solo del 30%, no del 50% como Wilson.

Según un estudio publicado en 2018 en la revista Nature Sustainability, los pueblos indígenas poseen o manejan al menos una cuarta parte de la superficie terrestre. Estos territorios se superponen con aproximadamente el 40% de todas las áreas protegidas terrestres. Para los autores, «comprender el alcance de las tierras sobre las cuales estos grupos culturales retienen la conexión tradicional es crítico para los acuerdos de conservación y clima».

Dos tercios de todas las tierras indígenas que hay en el planeta son áreas esencialmente naturales o relativamente intactas a nivel ecológico, «por lo tanto, existe un gran potencial en el establecimiento de alianzas con los mismos para así conservar algunos de los ecosistemas más valiosos que quedan en el mundo». Unas alianzas que tienen que «forjarse rápidamente ya que numerosos territorios indígenas están amenazados por grandes presiones de desarrollo», indicaban.

Apostar por soluciones realistas y justas

La sexta extinción está ocurriendo en todo el planeta. Por tanto, veo más justo y realista que proteger el 50% ir a la raíz del problema en todos los puntos de la Tierra. Reduciendo de manera drástica la deforestación, la extracción de minerales o la contaminación de ríos, suelos, acuíferos, mares, océanos y atmósfera sea en la zona que sea. No suena tan bonito como el proyecto Half-Earth pero no tengo duda de que es más justo e incluso más positivo a largo plazo. Considero que es mejor apostar por una relación sana con todos los ecosistemas que habitamos (y los que no), que generalizar la idea de que hay que proteger medio planeta: para mí, lo reitero, no es realista, no es justa y además puede dar la falsa confianza de que en la otra mitad podemos hacer cuanto queramos.

Foto de Sebastian Sandqvist en Unsplash

Comentarios